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​Por Angie Pagnotta



Fue Flora, Blímele o Buma hasta ser definitivamente Alejandra. Este martes 25 de septiembre, se cumplió un aniversario más –el número 40- del suicidio de Alejandra Pizarnik. Poca repercusión mediática: sólo algunas notas en diarios como La Nación o La Voz del Interior, un informe a medio transmitir en el noticiero de la noche de Canal 9 y el recuerdo siempre latente de sus seguidores y lectores vía redes sociales.
Puchero de Radio, un programa de Radio Atómika (106. 1mhz) realizó un especial de la autora de Avellaneda en el que tuve el placer de participar, pero del resto: poco y nada. Baires Digital decidió publicar fotografías, frases y textos de Pizarnik como parte de un homenaje que mantenemos por estas horas, porque nos parece que su literatura es fundamental para cualquier lector sensible.
Luego de leer algunos comentarios por Facebook o Twitter, bajo la licencia del respeto y por la investigación profunda que realizo, me permito decirles y pedirles no subestimarla, reducirla y encasillarla en la tristeza, melancolía o el lesbianismo. Reducirla es uno de los peores errores que podemos cometer en cuanto a su literatura, obra y vida. Alejandra era mucho más que simples palabras: sus carencias emocionales y afectivas eran materializadas y comprendidas (aún en la incomprensión aparente de la edad, por ejemplo) pero eran atravezadas. Ella mejor que nadie entendió que para vivir, hay que atravesar el dolor, los miedos, el deseo, el karma, la palabra y la muerte; sólo se puede vivir atravesando el día a día.
Adentrándonos en su prosa, sus textos, ensayos y diarios –precisamente en este-  el jueves 11 de abril de 1963 escribió: “Me fui de mi casa a los dieciocho años. Volví. Traté de estudiar, de amar, de escribir. Vida de café y desorden sexual. Culpa e intentos de hacer lo que todos. Aún ahora trato, a veces, de incorporarme a la –digamos-sociedad, mediante un cambio externo (matrimonio, finalización de la <<carrera>> universitaria)”, en estas pocas líneas y en su estancia en París resume lo que fue si vida, hasta ese momento.
Presa de un cuerpo y un momento de vida que decían “no pertenecerle” o sólo por momentos, Alejandra planea su suicidio para los 30 o después de los 30 años. Precisamente llegó a los 36 con el objetivo que ella percibía como contundente: materializarse en la poesía y la palabra como poema viviente. Llegó la sobredosis de barbitúricos, y llegó con ella su muerte.
Muerte parcial, porque su vida y su obra -40 años después- sigue vigente y más viva que nunca. Se adaptaron sus textos a obras teatrales, se organizaron montajes fotográficos, se relanzaron libros, se publicaron correspondencias (la más reciente con León Ostrov) y se seguirá escribiendo, diciendo y hablando de ella, porque Pizarnik además de fundamental es eterna.



@AngiePagnotta

40 años sin Alejandra Pizarnik

Un 25 de septiembre pero de 1972, Alejandra Pizarnik decidió suicidarse: 50 pastillas de seconal y un permiso de fin de semana para salir del Hospital Pirovano (donde permanecía internada por su cuadro depresivo) permitieron que pudiera cometer su objetivo. 

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