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Caballito: “Un barrio de luces y sombras”

En esta crónica, alguna de las luces y sombras de un barrio tradicional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hoy, tal vez, cuna de edificios pero que supo ser un barrio típico y pintoresco de la Capital Federal.

“Fulería poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez. Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro: barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás”

Roberto Arlt
Aguasfuertes Porteñas


EL OFICIO:

Está amaneciendo, la luz del sol va ganando terreno y Miguel - el canillita del barrio - hace su entrega habitual. Lleva a cuestas una joroba que adquirió durante sus 25 años de oficio. “Tanto agacharse y acomodar diarios tiene consecuencias físicas”, confiesa quejoso mientras acomoda el puesto. Edificio por edificio va repartiendo los ejemplares de La Nación, Clarín y unos solitarios  Página 12.
“Pensé que Internet me iba a arruinar pero no, parece que algunos todavía leen”, explica agitado el hombre que acaba de cumplir 73 años. En el trayecto Miguel se cruza con el pibe que trabaja con él y – dice -  siempre llega tarde. Lo manda enseguida al puesto y le pide que prepare unos mates. Sin embargo, Sergio el encargado del edificio de Hortiguera 549, lo recibe con un amargo: “algunos todavía no pierden los buenos gestos”, agradece el diarero mientras sigue el recorrido unos metros más.































LAS CALLES:
Parece que no, pero Caballito es un barrio enorme y quizás por estar en el centro de Capital Federal, este sea uno de los barrios que mejores accesos tienen. Además del tren Sarmiento y los colectivos, las líneas A y E del subte hacen su recorrido por Caballito. Pero los vagones no sólo circulan por debajo de la tierra, sino que pasean desde Avenida Rivadavia hasta Emilio Mitre, para llegar al taller El Polvorín, donde los vagones de todas las líneas son revisados a diario. Calles silenciosas que eran refugio entre tanto cemento reflejan hoy un recuerdo al caminar en el barrio. La calle Bonifacio solía ser desde Avenida de la Plata hasta Carabobo, una de las calles más tranquilas y esa postal parece ser hoy un viejo recuerdo. Año a año los edificios están ganando terreno y lo que eran antiguas casonas bajas se convirtieron hoy en edificios o  - lo que es peor -  torres monstruosas.



EL CLUB:
“Señores yo soy de Ferro y lo sigo a todas lados,
“No importa donde juegue siempre lo voy alentar.
Pasa la vida, jugadores y también campeonatos
pero el sentimiento nunca se va a terminar”



Esto cantan enérgicos los hinchas de Ferro y desde la platea todo es color verde esperanza, entre banderas, bombos y trapos del club.  Mujeres, niños y hombres de todas las edades, recubiertos por una ola verde, esperan el triunfo del club de sus amores en el partido que aún está por comenzar.
Desde hace once años el club centenario compite en la Primera B Nacional pero no siempre fue así. Obtuvieron dos veces el campeonato que los consagró en primera división y aún sueñan con volver.
Suena el silbato y comienza el juego. Las caras de los hinchas van cambiando su expresión: ansiedad y furia por momentos pero jamás dejan de alentar. Mientras tanto, el partido que disputan contra Patronato va 0 a 0. A pocos segundos del comienzo del segundo tiempo, todos se acomodan expectantes. A tan sólo 4 minutos del segundo tiempo, el público local festeja a los gritos: un tal Acuña convierte en felicidad las caras de los hinchas de Ferro, pero la alegría dura poco. Siete minutos más tarde convierte Patronato y ese resultado deja sin victoria a los simpatizantes del verdolaga. Visibles caras de empate y pocas ganas de caminar muestran los hinchas que de a poco van a la estación del tren Sarmiento o caminan rumbo a la Avenida Avellaneda. “Son unos pechos fríos” se escucha de un hombre totalmente enardecido, en reproche a los jugadores que “no saben pelear un mísero partido”.


Caballito es un barrio que sigue siendo barrio. El olor a comida casera, los vendedores ambulantes, las calles y sus recorridos; el subte y el tranvía como una postal constante, los chóferes de las líneas de colectivo, los vecinos y su gente: todos confirman esta sensación. Quien deba dejar el barrio sentirá quizás un vacío en el pecho, pero siempre se puede mantener vivo el recuerdo de un lugar que al parecer, quedará plenamente intacto.



Angie Pagnotta

@AngiePagnotta

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